Titulo:
Fobia a la
soledad: no queda más que aprender a sonreír
Sumario:
Verónica Enríquez, no necesita ser
hija de un escritor famoso o de un artista, sencillamente su mundo gira en
torno a quienes fueron sus progenitores y sus padres, y como esa corta vida
junto a ella la han hecho ser lo que es hoy en día, con virtudes, defectos y
miedos. Verónica tiene 22 años es como ella dice ”Gracias a Dios única hija”. Su mundo y su
vivencia personal bajo el manto de la muerte y la soledad.
Frase:
“No me agrada que me tengan lastima
pero tampoco me gusta pasar por desapercibida”
Texto:
Nací un 21 de noviembre
de 1990, ¡Bueno! eso es lo que dice mi partida de nacimiento, siempre he
considerado que nací en el instante en que mi mama decidió tenerme. Pese a que
los doctores incrédulos de su aparato reproductor, le dirían lo contrario. Alguna
vez alguien me dijo “Eres producto de la necedad” y si eso es verdad lo
agradezco.
·
Personaje:
Verónica Enríquez Ayala
Nació:
21 de noviembre de 1990 (Quito-Ecuador)
·
Padres:
Luis Gabriel Enríquez (padre)
Carnita Ayala (madre)
·
Estudios
Cristo Rey (escuela Tulcán)
Colegio Tulcán
Universidad Central (Facultad de
Comunicación social)
·
Se Caracteriza:
Una chica tranquila, ocurrida, alegre
excesivamente sentimental.
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De ella no recuerdo
nada, ni lo más mínimo. Era apenas una niña cuando su muerte cambió mi
vida, mis dos pequeños años no memorizaron
su rostro, sus gestos, sus abrazos, sencillamente su amor. Partió a algún lugar
lejos del mundo su muerte fue tan repentina y dolorosa que mi familia nunca
supo que mismo pasó y eso para mi siempre ha sido un misterio.
A veces cuando topamos
el tema sobre su muerte siempre me dicen “se contagió de algún virus en el
hospital” de hecho cuando era niña creía que el hospital era mi enemigo y esa
debe ser la razón de que odie ir algún chequeo o algún lugar de esos donde
dicen curarte. Bueno, a mi parecer su muerte fue producto de una negligencia
médica y solo su ausencia ha acompañado mi memoria.
Se llamaba Carmita
Ayala, una enfermera de profesión que creció junto a sus abuelos como yo lo
hice y mi abuela lo hizo. Creo que las tres vivimos una historia parecida en distintas
situaciones y momentos. Recuerdo cierto día haber despertado con su imagen, fue
la única vez que la soñé. Ella acariciaba mis mejillas y me decía que mi hogar
es ahora con mis abuelos que ellos me van a cuidar, como digo ese sueño por
único que fuera lo tengo muy presente en mi memoria.
Siempre tuve conciencia
de su ausencia, mi padre y mis abuelos son tres personajes que marcarían mi vida. De mi padre puedo decir que para la
niña de cinco a seis años fue un héroe, me encantaba subirme en sus hombros las
contadas veces que el me visitó en la casa de mis abuelos. Como ya lo dije
crecí con mis abuelos, los padres de mi mamá, ellos representaron toda mi
existencia y sin duda mi apoyo emocional.
Y es curioso ellos
fueron mas que abuelos fueron mis padres, me dieron el lugar de su hija a la
que nunca criaron y educaron. Yo, fui mi madre para ellos, aprendí a decirles
ñaños a mis tíos, así me lo enseñaron. Creo que esa fue la primera razón para
sentirme sola. Cada uno de mis primos confabulados en mi nombre me reprocharon
no llamar tíos a mis tíos ¡Quien diría que esas palabras me marcarían tanto!,
creo que odiaban que todos me mimaran, sus padres y mis abuelos.
Pero en realidad quienes
me mimaban como a una hija fueron mis abuelos a los que llamaría papas. Ellos a
toda costa cuidaban mis espaldas, específicamente la relación con mi padre,
creo que de él herede su maldito defecto, la despistes, que tanto me hizo daño.
Las veces que mi “padre” prometía visitarme se hicieron promesas sin cumplir o
las veces que descuidaba mi cuidado por ver mujeres, mujeres que vienen y van.
Una de las últimas veces
que compartía periodos largos acompañada del “mono” como le decían en mi
familia a mi padre tuve un accidente en bicicleta, un chico que se me es
desconocido me llevó a comprar el pan y yo por curiosa puse mi tobillo derecho
sobre los rayos de la bici, lo que produjo una herida severa. Recuerdo la
sangre y ver a mis tíos mirarme desde una ventana tratando de sacarme de la
casa donde vivía mi padre, se me es tan
nublado ese recuerdo que solo de el llevo una cicatriz.
Luis Gabriel mi padre no
fue el mejor de los padres, me descuido lo suficiente. Con decir que en las
vacaciones de la escuela me dejaba botando en casa o con mis abuelos por largas
horas, para mí fue otro calvario. Cuando iba a casa de mis abuelos llegaba con
raspaduras por alguna caída, piojos o sencillamente llorando por que las relaciones
que dejan hijos e hijas al apellido Enríquez en mi, dejaban dolor, dolor de
sentirme desplazada por quienes eran para mi unos extraños.
Definitivamente es lo
que mas recuerdo de él, me hubiera gustado vivir muchas otras cosas distintas.
Pero bueno, ese no fue mi caso. Años más tarde en plena adolescencia lo perdí,
al igual que mi abuelo paterno. Ambos fallecieron en un accidente de transito
en la perimetral, una vía alterna y transitada de Guayaquil. Su muerte me hizo
ahogarme en una profunda depresión, uno siempre se imagina que los que van ver primero morir es a sus
abuelos y que los papas sea como sea van a estar ahí pase lo que pase.
Pero mi historia no
termina con él, tres años antes mi abuelo materno, es decir, mi papa Justo
trágicamente cerró sus ojos después de caer del segundo piso de un edificio.
Una vez más toco ir al hospital, los doctores no decían la verdad ni creo que trataban
de salvarlo, simplemente dejaron que todos demos vueltas y vueltas por todos
los pasillos sin comprender lo que sucedía.
En el cuarto, yo velaba
su cruel tormento, lloraba en su pecho, pedía que no me dejara, mientras el
sudaba frio y de a poco la muerte acariciaba su cuerpo viejito. Fui su hija, su
pequeña Vero. Horas antes habíamos reído juntos y creo que esa fue nuestra
despedida. No alcance a decirle la bendición pero él si enérgicamente mientras
lloraba alcanzo a pronunciar un ¡carajo! Como diciendo no llores.
Mi abuelita y yo, las
dos solitas, nos cuidábamos una a la otra. Mi mami Hilda, como yo le decía, se
encargo de que nunca me faltara nada, que la ausencia de mis padres nunca
fueran mi dolor, aunque yo trataba de disimular pero ella se daba cuenta comprendía
mi tristeza y me brindaba una sonrisa.
De la mama Hilda tengo
presente su fortaleza su mirada serena, su amor. Pero el miedo de perderla se
hacia mas grande peor aun cuando le diagnosticaron cáncer. Enfermedad que la
fue consumiendo poco a poco, mi miedo cada vez le daba pie a mi pesadilla, ella
trataba de no llorar mientras yo, lloraba a sus pies suplicando no me abandone.
El miedo a la soledad era aun más grande.
Me duele recordar esos
episodios pero creo que se me es más difícil perder a una persona viva que a
una muerta. Siento que asimilo más rápido esa situación, por difícil que
parezca, he aprendido a vivir con eso.
Pero perder a lo seres más
importantes en la vida de uno es duro y peor aun enfrentarse al mundo sola. De
eso y no se tal vez lo que no me dio en todos mis 20 años, me dio un raro
síndrome llamado: síndrome vertiginoso.
Por chistoso que parezca no podía caminar para delante, no
tenia fijeza me iba de lado y yo lloraba por la impotencia de sentir que no
hacia lo que por años lo hacia sin necesidad de pensar. Estrés y tristeza fue
lo que me dijeron en el hospital y creo que por primera vez acertaron algo en
mi vida.
Me había llenado de
tanto miedo que en verdad era difícil no pensar en el mañana, cosa que hasta
ahora lo hago.
De ser la niña mimada,
consentida pase a ser sencillamente la Vero, es feo decirlo y peor aun
asimilarlo. Pero sin duda es mi mayor fortaleza. Ninguno de mis tíos son como
un padre o una madre sencillamente por que yo no soy su hija.
He llegado a escuchar
varias veces a personas que de alguna manera ya han vivido solos sin sus papas,
pero en mi caso es distinto porque creo que las relaciones que yo tuve con los
que fueron mis padres fueron de corta duración y dejaron un vacio emocional enorme.
Y más cuando necesito de unos de ellos un abrazo, un beso y no están ahí y
porque sencillamente quienes están a tu alrededor no son tus papas.
De todo lo dicho solo me
queda, caminar y seguir, forjarme una vida sin importar lo que los demás
piensen. Tratar de ser feliz es la meta.