jueves, 31 de enero de 2013

TESTIMONIO: Fobia a la soledad: no queda más que aprender a sonreír

Por: Verónica Enriquez



Titulo:
Fobia a la soledad: no queda más que aprender a sonreír




Sumario:
Verónica Enríquez, no necesita ser hija de un escritor famoso o de un artista, sencillamente su mundo gira en torno a quienes fueron sus progenitores y sus padres, y como esa corta vida junto a ella la han hecho ser lo que es hoy en día, con virtudes, defectos y miedos. Verónica tiene 22 años es como ella dice  ”Gracias a Dios única hija”. Su mundo y su vivencia personal bajo el manto de la muerte y la soledad.
Frase:
“No me agrada que me tengan lastima pero tampoco me gusta pasar por desapercibida”
Texto:
Nací un 21 de noviembre de 1990, ¡Bueno! eso es lo que dice mi partida de nacimiento, siempre he considerado que nací en el instante en que mi mama decidió tenerme. Pese a que los doctores incrédulos de su aparato reproductor, le dirían lo contrario. Alguna vez alguien me dijo “Eres producto de la necedad” y si eso es verdad lo agradezco.

Recuadro:
·         Personaje:
Verónica Enríquez Ayala
Nació:
21 de noviembre de 1990 (Quito-Ecuador)
·         Padres:
Luis Gabriel Enríquez (padre)
Carnita Ayala (madre)
·         Estudios
Cristo Rey (escuela Tulcán)
Colegio Tulcán
Universidad Central (Facultad de Comunicación social)
·         Se Caracteriza:
Una chica tranquila, ocurrida, alegre excesivamente sentimental.

De ella no recuerdo nada, ni lo más mínimo. Era apenas una niña cuando su muerte cambió mi vida,  mis dos pequeños años no memorizaron su rostro, sus gestos, sus abrazos, sencillamente su amor. Partió a algún lugar lejos del mundo su muerte fue tan repentina y dolorosa que mi familia nunca supo que mismo pasó y eso para mi siempre ha sido un misterio.
A veces cuando topamos el tema sobre su muerte siempre me dicen “se contagió de algún virus en el hospital” de hecho cuando era niña creía que el hospital era mi enemigo y esa debe ser la razón de que odie ir algún chequeo o algún lugar de esos donde dicen curarte. Bueno, a mi parecer su muerte fue producto de una negligencia médica y solo su ausencia ha acompañado mi memoria.
Se llamaba Carmita Ayala, una enfermera de profesión que creció junto a sus abuelos como yo lo hice y mi abuela lo hizo. Creo que las tres vivimos una historia parecida en distintas situaciones y momentos. Recuerdo cierto día haber despertado con su imagen, fue la única vez que la soñé. Ella acariciaba mis mejillas y me decía que mi hogar es ahora con mis abuelos que ellos me van a cuidar, como digo ese sueño por único que fuera lo tengo muy presente en mi memoria.
Siempre tuve conciencia de su ausencia, mi padre y mis abuelos son tres personajes que marcarían mi vida. De mi padre puedo decir que para la niña de cinco a seis años fue un héroe, me encantaba subirme en sus hombros las contadas veces que el me visitó en la casa de mis abuelos. Como ya lo dije crecí con mis abuelos, los padres de mi mamá, ellos representaron toda mi existencia y sin duda mi apoyo emocional.
Y es curioso ellos fueron mas que abuelos fueron mis padres, me dieron el lugar de su hija a la que nunca criaron y educaron. Yo, fui mi madre para ellos, aprendí a decirles ñaños a mis tíos, así me lo enseñaron. Creo que esa fue la primera razón para sentirme sola. Cada uno de mis primos confabulados en mi nombre me reprocharon no llamar tíos a mis tíos ¡Quien diría que esas palabras me marcarían tanto!, creo que odiaban que todos me mimaran, sus padres y mis abuelos.
Pero en realidad quienes me mimaban como a una hija fueron mis abuelos a los que llamaría papas. Ellos a toda costa cuidaban mis espaldas, específicamente la relación con mi padre, creo que de él herede su maldito defecto, la despistes, que tanto me hizo daño. Las veces que mi “padre” prometía visitarme se hicieron promesas sin cumplir o las veces que descuidaba mi cuidado por ver mujeres, mujeres que vienen y van.
Una de las últimas veces que compartía periodos largos acompañada del “mono” como le decían en mi familia a mi padre tuve un accidente en bicicleta, un chico que se me es desconocido me llevó a comprar el pan y yo por curiosa puse mi tobillo derecho sobre los rayos de la bici, lo que produjo una herida severa. Recuerdo la sangre y ver a mis tíos mirarme desde una ventana tratando de sacarme de la casa  donde vivía mi padre, se me es tan nublado ese recuerdo que solo de el llevo una cicatriz.
Luis Gabriel mi padre no fue el mejor de los padres, me descuido lo suficiente. Con decir que en las vacaciones de la escuela me dejaba botando en casa o con mis abuelos por largas horas, para mí fue otro calvario. Cuando iba a casa de mis abuelos llegaba con raspaduras por alguna caída, piojos o sencillamente llorando por que las relaciones que dejan hijos e hijas al apellido Enríquez en mi, dejaban dolor, dolor de sentirme desplazada por quienes eran para mi unos extraños.
Definitivamente es lo que mas recuerdo de él, me hubiera gustado vivir muchas otras cosas distintas. Pero bueno, ese no fue mi caso. Años más tarde en plena adolescencia lo perdí, al igual que mi abuelo paterno. Ambos fallecieron en un accidente de transito en la perimetral, una vía alterna y transitada de Guayaquil. Su muerte me hizo ahogarme en una profunda depresión, uno siempre se imagina que  los que van ver primero morir es a sus abuelos y que los papas sea como sea van a estar ahí pase lo que pase.
Pero mi historia no termina con él, tres años antes mi abuelo materno, es decir, mi papa Justo trágicamente cerró sus ojos después de caer del segundo piso de un edificio. Una vez más toco ir al hospital, los doctores no decían la verdad ni creo que trataban de salvarlo, simplemente dejaron que todos demos vueltas y vueltas por todos los pasillos sin comprender lo que sucedía.
En el cuarto, yo velaba su cruel tormento, lloraba en su pecho, pedía que no me dejara, mientras el sudaba frio y de a poco la muerte acariciaba su cuerpo viejito. Fui su hija, su pequeña Vero. Horas antes habíamos reído juntos y creo que esa fue nuestra despedida. No alcance a decirle la bendición pero él si enérgicamente mientras lloraba alcanzo a pronunciar un ¡carajo! Como diciendo no llores.
Mi abuelita y yo, las dos solitas, nos cuidábamos una a la otra. Mi mami Hilda, como yo le decía, se encargo de que nunca me faltara nada, que la ausencia de mis padres nunca fueran mi dolor, aunque yo trataba de disimular pero ella se daba cuenta comprendía mi tristeza y me brindaba una sonrisa.
De la mama Hilda tengo presente su fortaleza su mirada serena, su amor. Pero el miedo de perderla se hacia mas grande peor aun cuando le diagnosticaron cáncer. Enfermedad que la fue consumiendo poco a poco, mi miedo cada vez le daba pie a mi pesadilla, ella trataba de no llorar mientras yo, lloraba a sus pies suplicando no me abandone. El miedo a la soledad era aun más grande.
Me duele recordar esos episodios pero creo que se me es más difícil perder a una persona viva que a una muerta. Siento que asimilo más rápido esa situación, por difícil que parezca, he aprendido a vivir con eso.
Pero perder a lo seres más importantes en la vida de uno es duro y peor aun enfrentarse al mundo sola. De eso y no se tal vez lo que no me dio en todos mis 20 años, me dio un raro síndrome llamado: síndrome vertiginoso.
Por chistoso  que parezca no podía caminar para delante, no tenia fijeza me iba de lado y yo lloraba por la impotencia de sentir que no hacia lo que por años lo hacia sin necesidad de pensar. Estrés y tristeza fue lo que me dijeron en el hospital y creo que por primera vez acertaron algo en mi vida.
Me había llenado de tanto miedo que en verdad era difícil no pensar en el mañana, cosa que hasta ahora lo hago.
De ser la niña mimada, consentida pase a ser sencillamente la Vero, es feo decirlo y peor aun asimilarlo. Pero sin duda es mi mayor fortaleza. Ninguno de mis tíos son como un padre o una madre sencillamente por que yo no soy su hija.
He llegado a escuchar varias veces a personas que de alguna manera ya han vivido solos sin sus papas, pero en mi caso es distinto porque creo que las relaciones que yo tuve con los que fueron mis padres fueron de corta duración y dejaron un vacio emocional enorme. Y más cuando necesito de unos de ellos un abrazo, un beso y no están ahí y porque sencillamente quienes están a tu alrededor no son tus papas.
De todo lo dicho solo me queda, caminar y seguir, forjarme una vida sin importar lo que los demás piensen. Tratar de ser feliz es la meta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario